sábado

LA COLECCIONISTA DE AMANTES





Ahí estaba en esa habitación de hotel, sola, insensible y feliz.
Rememoró la noche pasada. Recapituló paso a paso todo lo acaecido. Se recordó vistiéndose para la ocasión.

Cómo escogió a conciencia el conjunto de ropa interior más seductor y sugestivo.

Cómo con parsimonia subió sus medias del liguero.

Cómo se maquilló y dibujó sus labios carnosos de rojo pasión.

Cómo llegó a O´Donoghue´s y pidió un Knockando sólo con hielo.

Cómo lanzó una vista general a los hombres que estaban en el local para observar cuál de todos ellos le lanzaría una mirada lasciva.

Ahí estaba cual loba buscando y oliendo a su presa.

Recordaba cómo se cruzaron sus miradas y cómo se acercó a él con movimientos sensuales de caderas, con cigarillo en mano y sus palabras sexuales al oído de aquel hombre.

Cómo salieron de camina a la casa de él, y como empezó el juego de seducción. Se quitó el pañuelo que tenía alrededor del cuello y de cómo lo ató entre susurros ardientes a la cama.

Recordó con una sonrisa en los labios las palabras inocentes del hombre que le pidío que se descalzara de las botas a lo que ella respondió que con ellas puestas la situación se hacía más morbosa, y como lentamente bajó hacía sus genitales con el propósito de realizarle una felación.

De cómo lo miró y vió que sus ojos estaban cerrados y gimiendo de puro placer.

De cómo lentamente se abrió la cremallera de una de sus botas y extrajo de ella una navaja, y aprovechando el éxtasis del hombre se las clavó en sus genitales.

Sangre, sangre, sangre, su boca sabía a sangre, la habitación olía a sangre. Así delante de ese cuerpo ensangrentado, escupió y sentenció:

Hombre: ¿Por qué me robaste la inocencia?

miércoles

COLORES PÚRPURAS





Te pienso, te siento, ahora ya vives en mi corazón, habitas en mis espacios, tus palabras dulces acarician el amor.

Tu verbo son susurros de melodías que hacen que se plasmen en un lienzo hasta ahora blanco y se conviertan en colores púrpuras.

Con tu presencia haces que mis lamentos de antaño se reviertan en consuelos, para así, después llegar a la calma, al sosiego.

Eres el sustento que necesitaba mi vida hasta ahora repleta de grises.

Ahora, eres el dueño de mis sueños. El momento es perfecto, el recuadre es el correcto.

Este tiempo repletos de momentos que esta vez no se pierden, que se instalan en el cajón de mis esencias.

Nuestro lecho está inundado de sabores, de duendes, de rumores y fuego.

Ahora, sólo ahora queda el Amor, la ilusión, te quedas en mí, y yo en ti.



lunes

MIGUEL Y LA SOMBRA (CAPITULO III)

 
De repente la anónima vecina se dio la vuelta y por un instante Miguel pudo ver la belleza de su sexo. Pefectamente rasurado dejaba al descubierto unos labios perfectamente simétricos, franqueados por un enigmático lunar alineado medio camino entre el monte de venus y su redondo ombligo. Alzó rápidamente la vista para descubrir su cara, pero entonces la persiana comenzó a bajar lentamente hasta ocultar parcialmente el ventanal. "Mala suerte, muchacho" pensó. Pero tenía tanto sexo dentro de sí que permaneció atento, intentando escrutar qué es lo que ocurría en la habitación a través de las ranuras del inoportuno obstáculo. Vio entonces cómo la mujer se recogía el pelo y luego comenzó a aplicarse algo por su cuerpo. Miguel podía ver con claridad casi toda la longitud de sus piernas a través del cristal que permanecía expedito. Eran las piernas de una hembra en sazón, firmes y cuidadas. Contemplaba, fuera de sí, la forma en la que ella extendía una especie de mixtura lechosa a lo largo de ellas. Lentamente, acariciándose, envolviendo su bronceada piel con delicados y sinuosos círculos sobre los muslos, las nalgas, el vientre, la espalda. Cuando llegó a lo que Miguel intuyó que eran unos pequeños y tersos senos su erección estaba en grado máximo. Como si se tratase de un espectáculo de sombras chinescas observaba concentrado la manera en que ella se masajeaba cada pecho, comenzando desde la base, amasando el seno en toda su extensión, para terminar en un ligero y delicado pellizco en los pezones. Miguel deseó que fueran sus manos las que trabajaran esos pechos. Recordó la forma en que le gustaba a Laura que se lo hiciera. Él detrás, aprisionando su cuerpo con el contorno de sus masculinos brazos. Con delicadeza al principio, aprovechando toda la capacidad de sus manos para abarcarlos. Primero un pecho. Luego el otro. Deslizando la palma sobre él mientras separaba ligeramente los dedos anular y corazón para unirlos súbitamente aprisionando el hirsuto pezón. Le gustaba sentir el estremecimiento de su hembra con sus caricias. Le gustaba percibir su sofoco, encenderse con el tacto de su piel. enloquecía al notar su entrega cuando ella levantaba los brazos para que nada obstaculizara las diestras evoluciones de su hombre, cuando le ofrecía generosa su cerviz para que él lo horadase con su boca. No se lo pensó dos veces y comenzó a acariciarse el miembro. Lenta, rítmicamente. Notaba el acelerado pulso golpear con fuerza en su pene, totalmente convulsionado. No podía apartar la mirada de aquella ventana que había abierto el universo de su deseo más profundo. Sentía su músculo enhiesto mientras imaginaba las manos de la mujer resbalar sobre la piel aceitada, anhelando sentirlas sobre su propio cuerpo de macho solitario. Y le gustó sentirse tan excitado.

Beau Brummel

miércoles

LA MAÑANA ESCRITA



Cancelas cerradas,

llaves arrojadas a los limbos.

Noches de desvelos cautivos,

Lunas esculpidas de alabastro.

Nieblas disipadas, desceñidas.



Resucita la aurora,

que mira risueña.

Resplandores límpidos,

Dilatándose en halos luminosos.



Gotas de rocío brotan esperanzas.

Ilusión despierta,

invitada por las deliciosas caricias,

torbellinos de tersuras,

abrazos serenos,

deleite de armonías,

al compás de latidos.



Alegres rapsodias de las primeras golondrinas.

Sonidos envolventes de risas y llantos dichosos.

domingo

MIGUEL Y LA SOMBRA (CAPITULO II)

Relato de Beau Bummel

A Miguel le llamó la atención el precioso bronceado de aquella piel. Era un hermoso brazo de mujer. Terso, estilizado, bien formado. Mientras observaba su ir y venir pensó que le gustaría saber a quién pertenecía. Repasó mentalmente el vecindario pero no encontró a nadie que pudiera ser la afortunada dueña de la perfecta extremidad anatómica. Volvió a aparecer para cerrar el armario y entonces Miguel pudo ver con claridad el perfil de una espalda femenina plena de sol que culminaba en una larga pierna, prieta y torneada cuyo dintel era una nalga en la que el sol había dibujado la silueta de la braguita de un sugerente bikini. Un temblor recorrió a Miguel. Se sintió totalmente despejado y atento a lo que estaba contemplando. La consciencia de la desnudez de la mujer penetró con fuerza dentro de él y quedó paralizado esperando ansioso las evoluciones de la insospechada y placentera visión. Apoyado en el alfeizar de su ventana, no fue consciente de que él también estaba desnudo hasta que sintió cómo su miembro tropezaba con el frío cristal que la remataba por abajo. Estaba excitado y sintió la fuerza de su erección como hacía años que no la sentía. Posiblemente desde que empezaron a ir mal las cosas con su exmujer. La recordó jóven y desnuda. El azabache de sus cabellos sobre su generoso pecho envuelto en seda y encaje. Sabía que ese recuerdo le estimularía aún más y no lo evitó. Laura era una hermosa jóven cuando la conoció. Bien formada, de formas rotundas, y elegante. Bella e inteligente, apenas le quedaban dos cursos para acabar la carrera de Derecho con extraordinaria brillantez. Nadie comprendía el motivo por el que aquella "diosa", capaz de sobresalir en cualquier disciplina, había sido capaz de prendarse del bohemio Miguel. Él tampoco y en su inconsciencia se dedicó a consumirla poco a poco hasta que ella, cansada madre y hembra harta de sus desplantes, decidió descubrir los amoríos de Miguel con una prometedora modelo publicitaria de rubia melena, voluptuosas medidas y escasas ideas. Les pilló en la cama, él lamiendo alternativamente los senos de ella mientras la modelo le cabalgaba enloquecida a punto del orgasmo. Hacía cuatro años de eso. Cuatro años de una degeneración autodestructiva buscando sexo fácil aprovechándose de su estatus de madurito interesante entre las jovencitas a las que daba clases en la universidad. Y ahora estaba allí, solo, desnudo y erecto ante la visión de una extraordinaria hembra".

(Continuará)

viernes

SINGLADURA SOLITARIA



Luna llena.

Desafiante, exultante.

Sábanas de satén,

iluminadas por hilos de plata.



Piel radiante,

voluptuosos senos,

vientre terso,

intimidad cálida.



Gráciles manos,

sutiles,

sumergiéndose en el océano agitado,

embravecido por las olas de los dedos.



Frenesí,

éxtasis,

sacudidas,

restos de espumas en orillas.


jueves

MIGUEL Y LA SOMBRA (CAPITULO I)


Relato de Beau Brummel

Agobiado por el tremendo calor Miguel se levantó de la cama. A tientas y guiado por un tenue resplandor procedente de la habitación más allá del pasillo cogió un cigarrillo para tratar de engañar al insomnio. Buscó el encendedor, pero no estaba en la mesilla. Buscó en los bolsillos del pantalón, pero tampoco estaba allí. "Se me habrá caído al llegar a casa" pensó no sin motivo al recordar los buenos gin-tonics que se había tomado esa noche. Se olvidó de la sensación de mareo que inundaba su cabeza y comenzó a dar pasos en busca del mechero perdido. Cuando rebasó el quicio de la puerta percibió el resplandor con más intensidad. Miró el reloj. Las cinco y media de la madrugada. "Alguien ha llegado peor que yo esta noche", pensó y se introdujo en la habitación en la que penetraba la luz exterior. Su pie tropezó con algo. Era el encendedor. "Misión cumplida" se dijo y se acercó a la ventana abierta dispuesto a echar allí un cigarrito que le ayudase a pasar la primera fase de la resaca dominical. Inhaló la primera calada, aunque el regusto a alcohol y tabaco acumulado no le dejase saborearlo en condiciones. Centró su atención en la luz. Provenía de una ventana dos pisos más abajo que el suyo. Le quedaba ligeramente desplazada a la derecha, con lo que solo podía ver parte de la estancia a la que pertenecía. Jugó a imaginar quién podría vivir allí. Era difícil, porque no podía apreciar ningún objeto personal. Desde su atalaya solo veía un suelo de mármol rojo, sin alfombra, parte de una cama cubierta con una colcha blanca y la puerta de lo que pudiera ser un armario empotrado en la pared blanca del cuarto. Recordaba que su piso era así cuando lo compró al matrimonio francés que abandonó aquella costa cuando comenzó el boom inmobiliario en la zona. "Seguro que es un piso de alquiler" se explicó a sí mismo, a la vez que especuló mentalmente con la mano del piso al que correspondería el ventanal. De repente le pareció que la luz temblaba. Apreció entonces una sombra proyectada en la pared. Una mano se acercó al pomo de la puerta del armario. Luego, un brazo.....

(Continuará)

martes

Y SE HIZO LA LUZ


Deambulaba por las calles del olvido. Los ojos de los transeúntes reflejaban halos de tristezas, de melancolías, moribundas almas.

Se preguntaba cuáles podrían ser los motivos de cada uno de sus compañeros de paseo para encontrarse tan perdidos como él.

El ambiente estaba sobrecargado de colores grises, estaba espeso, masticable, casí no podía respirarse.

De pronto, se cruzó con una dulce y bonita muchacha y la miró.

Ella le devolvió la mirada. La observó y la estudió pormenorizadamente.

Descubrió que aún estando ella embriagada por la aflicción, se reconocía en esa mirada Azul. Ese azul se clavó fijamente en sus pupilas.

Asombrosamente, ella le preguntó:

¿Me puedes dar un motivo para seguir viviendo?

Ya no le hablaba a través de sus ojos, le hablaba a través de su corazón.

¿Existen escaleras tan altas como para elevarme hacía la Luz?

Ese azul ya no sólo estaba clavado en sus pupilas, le atravesó como una dulce espada su alma.

Sintió como si de repente un halo de esperanza lo abrazara. Fue como una estrella fugaz que suplicaba instalarse ahí, en esa alma también lánguida y triste.

Sintió la necesidad de venerar ese azul. Su alma la acariciaba y la embriagaba cómo si de hidromiel se tratara.

Y se juró en silencio que la adoraría . En ese instante el tiempo se paro y sintió nacer de nuevo.

A través de ese impulso que sólo conocen las almas enamoradas, la sujetó de la mano, la tomó con dulzura pero con firmeza, y clavando ahora sus pupilas luminosas en su mar azul, le dijo:

He vuelto a nacer para amarte hasta la eternidad.

Toma mi escalera para que subamos peldaño a peldaño. Huyamos pues, de este mundo de seres inertes.
Y se hizo la Luz.

lunes

VEINTICUATRO HORAS


Laura se despertó y todavía sintiendo el calor de los abrazos de Morfeo se giro hacía su derecha, vió a su lado a un hombre todavía dormido y lo que sintió en sus entrañas fue esa conocida sensación de vacio.

Por la cama de Laura había pasado en sus últimos años infinidades de hombres, pero ninguno había logrado todavía conquistar esos abrazos matutinos después de una noche de pasión.

Siempre se levantaba con la excusa de ir al baño y con hiel en su boca, se dirigía a la cocina a preparar café.

Acostumbraba a hacer ruido para provocar el despertar de su nuevo amante, de ese nuevo desconocido, para inducir a su rápida marcha.

Los hombres siempre se despedían con un “me lo pasé muy bien anoche” y un “llámame”. Cerraba la puerta con presura y con la taza de café humeante se sentaba a observar el mar.

Laura sabía que era una experta compañera de juegos sexuales, muchos se lo decían, cuando se acostaba con ellos siempre lloraba, ellos pensaban que era de puro placer, pero su corazón estaba helado, gélido, sin calor que la arropara, que la abrigase, y el motivo no era otro que todavía no había podido olvidar a aquél hombre de rostro dulce, boca golosa, de ojos castaños, rasgados y manos grandes que un día ocupó e instaló en su corazón.

No obstante, él aparecía en su mente cada día que sus ojos se abrian para así continuar a lo largo de sus veinticuatro horas.

No lo entendía y se mortificaba y se culpaba por amarlo tanto.

Sabía que él no la correspondía, que debido a su profesión se encontraba a miles de kilómetros y aparecía muy de vez en cuando, recordaba sus palabras dulces, tiernas y amorosas, su admiración hacía ella, sus miradas perdidas uno frente a otro en el lecho todavía caliente de sus cuerpos. Recordaba aquella noche de amor y como le dijo:

- “Hoy por hoy solo se que tengo ganas de volver a verte, que tenemos muchas impresiones que intercambiar ,que ojalá pueda pasar mas tiempo contigo y que eres de esas personas que me alegro y a la vez lamento de conocer por la peculiaridades y provisionalidad de mi vida que hacen que me transforme en un espartano sentimental, quizás yo no sea así, pero quien sabe ya quien soy yo".



Como decía Lorca en el Romancero gitano : "Compadre si yo pudiera este trato lo cerraba pero ni yo soy ya yo, ni mi casa es ya mi casa"

Eres la mujer mas maravillosa y hermosa que jamás he conocido y se que no voy a encontrar a nadie como tú”.

Laura pedía al cielo que llegara ese día de liberación para poder abrir su corazón y así poder ser ocupado por otro amor.

Pegó el último sorbo de la taza humeante y se fue ensimismada en sus recuerdos directa a la ducha, puso antes la radio y sonaba una canción de Iván Noble titulada “Dame un motivo”... un gran motivo para no tomar nota al pie de la letra estas caricias tremendas, chifladas...

Agua salada mezcladas con agua dulce.

domingo

EL MATIZ VIENE DESPUES


Ahí yacía inerte, blanca como la nieve, la nieve como metáfora de silencio y sosiego, así la veía, el único color que la invadía era el rojo carmín de sus labios, Haydeé lo había pedido entre una de sus últimas voluntades. Siempre tan coqueta, tan extramadamente femenina, tan sensual. Hasta en ese estado estaba brutalmente bella.
Alexandra a través del cristal empañado por el jadear de su respiración, lloraba en silencio, como así había sido toda su vida hasta ahora, llena de silencios.
Mientras la observaba, su corazón roto le susurraba a través del lenguaje de los pálpitos que ella, la que ahí yacía era el más grande amor que habría de tener. Pensar que se encontraba en el ocaso de su vida, la hacía sentir en paz, y a través del cristal salado por sus lagrimas, le decía desde su silencio, Amor mío, se que ahora duermes, se que en ese paraíso me aguardas.

jueves

INVITACION AL AMOR






Cuatro paredes,

perfume de almendras dulces,

iluminadas por el resplandor de las velas,

centelleantes, apacibles,

y sonidos acariciadores que invitan al amor.



Cruce de miradas,

miradas tímidas, ingenuas,

ojos brillantes cuál luceros.

Voces temblorosas,

cabellos revueltos.



Encuentros de labios

manos tibias y torpes.

Los rostros del amor,

secuestrados por la noche.