LAWRENCE
La melancolía corroía sus venas. Era otoño, sus lagrimas resbalaban por sus mejillas cual hoja de árbol caducifolio, así sentía su vida. Era hora de enfrentarse a sus demonios.
Rememoró sus años de juventud, aquellos en los que su vitalidad hacía que su sangre hirviera.
Lawrence nunca fue un hombre bello, pero eso no le impidió que a lo largo de su vida hubiesen pasado por su lecho cientos de mujeres, a las que llamaba para sus adentros, peregrinas. Poseía innatos encantos alejados de su físico, poseía un encanto que le distinguía de otros hombres, las mujeres se rendían a sus pies, mujeres de toda condición.
Lawrence gozaba una gran exquisitez literaria y sabía inteligentemente usarla como parte de su cortejo. Utilizaba un lenguaje barroco, misterioso, que hacía a las mujeres imbuirse por contagio en sus letras. Éstas dotes le convirtieron en un gran conquistador. Disfrazaba sus intenciones con grandes ornamentaciones literarias, era capaz de sumir a las mujeres a través de sus letras mágicas, floridas, en un vertiginoso torbellino de emociones, para así lograr poco a poco que se convirtieran en presas. Así, utilizaba su arma de hombre para pretender a toda mujer que consideraba débil en algún aspecto de su vida. Escogía pormenorizadamente a sus victimas aprovechando situaciones personales caóticas. Era un depredador, un destructor de personalidades y acaparador de libertades. No le importaba en absoluto lo que la mujer de turno sintiera. Sus pretensiones iban más allá, siempre enfocadas a la consecución de un fin: desahogarse sexualmente con ellas.
Ese camino errático, le llevaría años más tarde al dolor y sufrimiento.