TALÍA
A Talía siempre le gustaron los trenes. Utilizaba extrañamente las estaciones para reflexionar. Ahí estaba, sentada, los andenes eran su única compañía, aún estando totalmente rodeada de un hormiguero de personas. No reparaba en nada, estaba totalmente absorta en sus pensamientos, cualquier persona que pasaba a su lado podía pensar que estaba esperando a alguien que se apeara de uno de los trenes que llegaban; si alguien le hubiera preguntado, no habría sabido responder, el receptor se sentiría decepcionado, así se sentía ella. Dentro de Talía yacía agazapada una mujer confundida, invadida de sensaciones mezcladas entre miel e hiel. Las imágenes se paseaban por su cabeza despaciosamente, cual albúm de fotografías en color sepia y se recreaba rememorando momentos vividos con Lawrence.
- ¿Así que usted es escritora?
Talía se sobresaltó, el libro que estaba leyendo cayó de bruces contra el suelo, subió la mirada, levanto sus ojos por encima de las gafas y ahí estaba él, frente a ella sonriente y con unos ojos que no parecían humanos. Su mirada era hipnótica; sus ojos sonrientes se mantenían sobre los de ella, se sintió lentamente desnudada por ellos, su mirada segura era como una penetración. Sintió humedad entre las piernas.
Ella le preguntó que cómo sabia que era escritora y él con una sonora y encantadora carcajada le dijo que llevaba un buen rato observándola, que se preguntaba donde había visto una cara tan familiar, hasta que recordó que en una librería próxima su rostro aparecía en múltiples carteles anunciando la presentación de su nuevo libro.
La mujer era rusa, había nacido en Gorky y su niñez había sido dura, de ahí la expresión de su cara denotaba fuerza y carácter vigoroso, como vigoroso de color eran sus labios, fruto carnoso que destacaba gracias a su pálida piel, tersa, suave como el raso. Era extrañamente bella, sus ojos encerraban un halo de misterio y sabiduría, a través de ellos se podía ver el mar. Poseía una provocativa madurez. Sus pechos eran tentadores, turgentes, eran rosados como los de una adolescente.
Todos los hombres que habían pasado por su lecho le habían decepcionado porque tenía instalada dentro de ella expectativas grandiosas, por ello, poseía una gran hambre de sexo.
En el preciso instante que conoció a Lawrence, sus pensamientos se tornaron febriles, sabía que sólo disponía de una noche en la ciudad y no dudó ni un ápice en demostrar todos sus encantos femeninos, ahora era ella quién lo hipnotizaba con su verbo sensual, susurrante, provocador. Utilizó toda la energía sexual que desprendía a través de sus poros y en pocas horas se encontraban en la habitación del hotel que se transfiguró en una fragua de cuatro paredes.Fue sólo una noche, noche de delirios, sudores hirvientes, lenguas ardientes, caricias húmedas, latidos fundidos.
Ésta vez no fue él quien abandonó la habitación apresuradamente como estaba acostumbrado, Talía salió de puntillas y sin una nota de despedida.