viernes

ECO EN LA NOCHE

Imagen: mundo visual. Blanco y Negro

Tus ojos dulces, tu sútil mirada, tus cabellos de sol, tu mirada desnuda el deseo de tenerme, avivas mis ganas de estar contigo.

El tacto de tus manos, cálidas, palpita tu energía y eso hace que sienta tus poros. Poros tibios y a la vez ardientes.

Vámonos, déjame acompañarte, déjame perderme en tus delirios, déjame perderme en tu vientre para nadar juntos hasta la cresta de las olas ,suspiremos al unísono, gimamos en el silencio de la noche, alientos trémulos, abrazos fusionados, savias mezcladas. Nuestras pieles sedosas se confundiran con las sabanas. Fluyamos para que nuestras esencias se derramen. Temblores de fuego, temblores febriles, sentencias húmedas.

lunes

PETALOS DE ROSA EN MI PIEL


Simplemente y llanamente te quiero. Pues eres el eje de mi vida, mi impulso, mi alegría, mi luz, mi deseo, mi confort, mi llama, mi destino y mi compañera.


Con todo el amor

sábado

JAICO




Muerto de gozo

atravieso tu espalda

de anhelo y noche.



La unión gozosa

de tu pelo en mis besos

tan enredados.



Nunca hay bastante

de tu piel en mi pecho

que ama tu boca.



Vuelve la luna

a iluminar las sábanas

donde fui tuyo.



Con cariño, y algo más.

Los labios y la piel guardan memoria de momentos bellos....Gracias desde el corazón.

lunes

SENTIMIENTO DEL TIEMPO (CAPITULO IV)


AEDEA

El día que se conocieron Aedea y Lawrence llovia, el sol estaba oculto, día postrimero de otoño. Jueves. Hacía frío, tenía helada el alma. Su vida transcurría por esos momentos de letargo provocados por una sexualidad aburrida. Él hizo renacer sus pasiones dormidas.
Aedea estaba deseando que sus hijos se fueran al colegio, tenía unas ganas inmensas de quedarse a solas, en su casa. La resaca hacía  que su cabeza no pensara bien, precisamente porque no se podía solucionar con ningún tipo de analgésico, su resaca no estaba provocada por la ingesta de alguna bebida alcohólica, su resaca era de amor, ese amor había sido su peor borrachera. Recuerdos mortales de una equivocación. Una pasión insensata que agitó los pilares de su matrimonio y que a punto estuvieron de derrumbarse.
Imágenes fragmentarias de su primer encuentro con Lawrence, la trasladaban hacía atrás, con los ojos cerrados ahogaba la sonrisa, recuerdos de un olor, un olor que le abrumó. Su vara mágica, la hechizó, hizo que vibrara, hizo despertar el fulgor de su piel dormida. Recordó que era sensual y atrevida. El marido de Aedea llevaba años sin prestarle la atención que merecía, parecía inmune a sus sutiles invitaciones, cuando por su casa se paseaba con sus más atrevidas prendas. Se miraba en el espejo y se decía asi misma: “Soy una mujer, tengo treinta y siete años, soy sensual, atrevida, erótica”,
Aedea poseía la belleza de un ser puro, era cálida, ingénua, su voz era dulce, templada; cuando el sol iluminaba sus cabellos brillaban como espigas de trigo. Poseía una mezcla insólita de lascivia y pureza que utilizó en el pasado como arma infalible para cautivar a los hombres, le frustaba enormemente su situación marital, cuando su marido cayó por sus encantos rendido a sus pies hacía ya años. Adoraba los perfumes, le gustaba embriagarse del olor que desprendía un hombre con un buen perfume. Podría llegar a recordarlos toda su vida, se deleitaba con esa sensación de pasar por el lado de alguno y aspirar profundamente para dejarlo en sus sentidos, acostumbraba por las mañanas cuando dormía en casa de alguno de sus amantes, a rociar sus muñecas con el olor de la noche que había quedado impregnado en todo su cuerpo y ese día en su casa renunciaba a la ducha para recordar la pasión de horas atrás, las imágenes eróticas se formaban de nuevo.
Lawrence conoció a Aedea en el Teatro Colón de Buenos Aires una noche que ella actuaba. Era bailarina de una de las compañías de ballet más famosas de Europa y se encontraba de gira. Quedó poderosamente fascinado y excitado por sus movimientos suaves, delicados y armoniosos. Cuando finalizó la función, no dudó en salir presuroso hacía la floristería que se encontraba justo enfrente al teatro y compró un ramo de rosas. Se metió entre bastidores y entró en su camerino, Aedea estaba totalmente rodeada de flores y él habitáculo desprendía aromas que embriagaban, lucía una bata de raso roja a medio cerrar, emergían unos senos abundantes y turgentes. Se asustó y se le erizó la piel, sus pezones al contraerse se endurecieron e hizo el gesto de cerrar apresuradamente su vestimenta. Se ruborizó y le preguntó qué hacía allí.
Comenzó con sus letras engalanadas para encandilarla, dió comienzo su ritual de seducción,  le hicieron sentirse deseada, eso la llevo vertiginosamente a sus brazos, era un peligroso juego, pero era lo que necesitaba escuchar, sentir.
Allí mismo, entre las cuatro paredes perfumadas, se bebió su boca, enterró sus besos en los cabellos de oro bruñido, descendió lentamente hacía sus senos, hizo que su cuerpo temblara, que se estremeciera, habían pasado tantos años eran tantas sensaciones olvidadas. El placer era inmenso cuando sintió el contacto de su piel tibia, su sexo se abrió como una rosa, rosada, tierna, delicadamente rociada. Temblorosa, se abrió y lo invitó a entrar en él. Le flaqueaban las piernas y torbellinos de sensaciones la inundaron. Su cuerpo lo acariciaba como el mar a la orilla una noche tranquila, suavemente,  lentamente, sosegadamente. Las convulsiones la sacudieron llegando a un orgasmo salvaje. Se despertó su deseo, se despertó su lascivia, la más extraña de las lascivias.
Aedea y Lawrence reiteraron sus encuentros. Una mañana, después de una noche apasionada, Lawrence antes de irse, buscó de nuevo su boca, repitió sus caricias y la poseyó otra vez. La besó, se vistió y se fue para siempre. Comenzó de nuevo su danza de flor en flor.




sábado

CARTA A ROSAURA

        

   En la Noble y Leal Ciudad de Ceuta a, 9 de noviembre de 1656



Querida Rosaura:


Permitidme ser osado con estas letras. Tiempo ha, llevo rondándola como un fantasma escondido tras las sombras.
¿Por qué su belleza es tan cruel?, sois tan irresistible, con sus andares coquetos, desprendeis elegancia, belleza, sensualidad, señora mia, aúna todo, todas la virtudes. Siendo vos portadora de tanta belleza y a seguro inteligencia, mi alma está rota porque aún no habéis apreciado que este galán cortejaros pretende. Porque vuestra merced dichoso me haría de poder compartir dichas. Habéis sido agraciada por ser superior con belleza sublime.
¡Qué cortesanos como éste caigan prostrados a vuestros pies! ¡Qué pardiez! serán bellos desde sus apéndices hasta el istmo que los une con el resto de ese cuerpo que sería perdición de cristiano viejo y motivo de herejía y escarnio al Santo Oficio, por soñar con poseerlo y pecar hasta alcanzar el goce supremo.
Sepa que por vos, no dudaría ni un instante en conjurar astros y espíritus para poder dar rienda suelta y hacer realidad a todos mis deseos y apetitos.
Señora mía, cualquier lugar, incluído el infierno es bueno con tal de ir con vuestra merced y que mejor que el infierno, donde pecadores encuentran su lugar y pueden solazarse sin temor al justiciero Dios.
No temía a nada hasta que a vos conocí, ahora sólo temo el no poder tener un instante para compartir con vuestra merced. Hoy al verla salir de la iglesia la vi ¡Tan endiabladamente bella!. Mi señora, os seduciría sin piedad hasta llevaros al cielo. Os poseería con fruición, entregándome a las artes amatorias para que quedaseis tan contenta para que siempre quisieseis volver con éste rufián que robar vuestra voluntad intenta. Para ello, os besaría hasta enloquecer, primero vuestros encarnados labios para descender sobre vuestro cuello mientras os abrazo, acariciando vuestra bella espalda. Besaría su corazón, en su vientre hundiría mis cabellos, mientras mis manos recorrerían  su piel de melocotón. Rendiría honor a todo su cuerpo.
Señora, dejadme llevaros al lugar donde merecéis estar. A diferencia de Calderón, sueños, sueños son, ¡pues no, diantres! Éste rufián los hará realidad. Por su placer al infierno voy si es de su menester. No sabe cuánto la debo y estimo.

Os deseo….

V.m. me tenga en su gracia, no quiero más para mí que el amor de Vos.

Su esclavo que le besa los pies mil veces, suyo siempre hasta la muerte.

Guzmán Bermúdez