lunes

MIGUEL Y LA SOMBRA (CAPITULO III)

 
De repente la anónima vecina se dio la vuelta y por un instante Miguel pudo ver la belleza de su sexo. Pefectamente rasurado dejaba al descubierto unos labios perfectamente simétricos, franqueados por un enigmático lunar alineado medio camino entre el monte de venus y su redondo ombligo. Alzó rápidamente la vista para descubrir su cara, pero entonces la persiana comenzó a bajar lentamente hasta ocultar parcialmente el ventanal. "Mala suerte, muchacho" pensó. Pero tenía tanto sexo dentro de sí que permaneció atento, intentando escrutar qué es lo que ocurría en la habitación a través de las ranuras del inoportuno obstáculo. Vio entonces cómo la mujer se recogía el pelo y luego comenzó a aplicarse algo por su cuerpo. Miguel podía ver con claridad casi toda la longitud de sus piernas a través del cristal que permanecía expedito. Eran las piernas de una hembra en sazón, firmes y cuidadas. Contemplaba, fuera de sí, la forma en la que ella extendía una especie de mixtura lechosa a lo largo de ellas. Lentamente, acariciándose, envolviendo su bronceada piel con delicados y sinuosos círculos sobre los muslos, las nalgas, el vientre, la espalda. Cuando llegó a lo que Miguel intuyó que eran unos pequeños y tersos senos su erección estaba en grado máximo. Como si se tratase de un espectáculo de sombras chinescas observaba concentrado la manera en que ella se masajeaba cada pecho, comenzando desde la base, amasando el seno en toda su extensión, para terminar en un ligero y delicado pellizco en los pezones. Miguel deseó que fueran sus manos las que trabajaran esos pechos. Recordó la forma en que le gustaba a Laura que se lo hiciera. Él detrás, aprisionando su cuerpo con el contorno de sus masculinos brazos. Con delicadeza al principio, aprovechando toda la capacidad de sus manos para abarcarlos. Primero un pecho. Luego el otro. Deslizando la palma sobre él mientras separaba ligeramente los dedos anular y corazón para unirlos súbitamente aprisionando el hirsuto pezón. Le gustaba sentir el estremecimiento de su hembra con sus caricias. Le gustaba percibir su sofoco, encenderse con el tacto de su piel. enloquecía al notar su entrega cuando ella levantaba los brazos para que nada obstaculizara las diestras evoluciones de su hombre, cuando le ofrecía generosa su cerviz para que él lo horadase con su boca. No se lo pensó dos veces y comenzó a acariciarse el miembro. Lenta, rítmicamente. Notaba el acelerado pulso golpear con fuerza en su pene, totalmente convulsionado. No podía apartar la mirada de aquella ventana que había abierto el universo de su deseo más profundo. Sentía su músculo enhiesto mientras imaginaba las manos de la mujer resbalar sobre la piel aceitada, anhelando sentirlas sobre su propio cuerpo de macho solitario. Y le gustó sentirse tan excitado.

Beau Brummel

5 comentarios:

  1. Unmmmh!!!Querido Beau ..tú si que escribes historias maravillosas...

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  2. Beau gracias por tus letras, son realmente envolventes y excitantes.

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  3. Dear Sir,

    Sigo atrapada en sus sinuosas letras a la espera del desenlace final.

    Happy Holidays
    (never forget Mr.Song)

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  4. Muy, pero que muy excitante Beau...fantástico!!!

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  5. Millones de gracias por sus halagos, Ladies. Son uds deliciosamente maravillosas.

    Espero no decepcionarlas con el desenlace de la historia. Uds. no lo merecen y yo no me lo perdonaría.

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Déjate fluir