martes

MARE NOSTRUM (CAPITULO VIII Y IX)



Susan y Klaus estaban conmoviendo al público del anfiteatro con un concierto trepidante. Su impecable interpretación, estaba sirviendo para enamorarlo y transportarlo a otro escenario, más allá del espacio físico inmediato, hacia paraísos musicales conocidos o desconocidos, donde habitan los grandes de la música. Susan demostraba su talento, utilizando la dinámica y la agógica, sin rebasar en ningún momento los límites estilísticos.
Según avanzaba el concierto, Susan se fue sintiendo más cómoda.
Sus ágiles dedos se deslizaron por el teclado con gran maestría. Junto con el piano suave y evocador tocaba la orquesta, con la que se obtenía un excelente contrapunto. Entre ambos contaban historias al lado de la lumbre, historias de amor, de entrega, de pasión, abriéndose de pronto una ventana, que daba paso a un soleado paisaje de montañas nevadas y amplias extensiones. Después, tras un portentoso alarido de las trompas, la ventana se cerraba de nuevo, volviendo, para terminar de contarnos su historia, esa melodía íntima, recogida otra vez al abrigo de la chimenea.
El público rompió en aplausos.
Una vez más, el imponente “Coliseo del desierto”, acogía entre su ocres piedras a miles de personas entusiasmadas con el espectáculo que se ofrecía en su interior.
Muros, arena, pasillos e inquebrantables asientos, testigos mudos de otras épocas, donde los gladiadores luchaban entre sí, donde la arena se teñía de rojo, donde el emperador tenía en sus manos la vida y la muerte…
Klaus cogió de la mano a Susan, y juntos avanzaron para recibir el calor de los aplausos del público. Susan temblaba de emoción, pero la tranquilidad que emanaba de los ojos de Klaus la hicieron relajarse y disfrutar del momento.
-Has estado magnífica, Susan- dijo Klaus besando con delicadeza su mano. El concierto ha sido un éxito.
-Lo he conseguido gracias a ti, Klaus- dijo Susan abrazándolo fuertemente, y saltando de emoción.
-Y esto sólo es el comienzo, mi querida Susan. Pronto te acostumbrarás de tal forma, que ya no sabrás vivir sin el calor de los aplausos. Vas a tener el éxito en tus manos, te lo voy a ofrecer en bandeja de plata. Te lo prometo- dijo Klaus con firmeza.
Susan le miró a los ojos, unos ojos en los que se reflejaban todos sus sentimientos, unos ojos que rogaban ser correspondido.
Aquella noche, antes de retirarse a su habitación, Susan le besó. Sintió la necesidad de hacerlo. Los muros que antes los separaban, estaban cayendo poco a poco…




CAPITULO IX

El intenso y aromático olor de la albahaca impregnaba toda la casa. Concetta movía el rodillo una y otra vez, estirando la masa, hasta dejarla con la textura adecuada para hacer los panzarotti, el plato favorito de Fabrizio.
Había colocado la enorme tabla de madera encima de la mesa, junto a la ventana, desde la que podía contemplar a la pequeña Chiara. Chocolate, el cachorro de Shih-Tzu que le había comprado su padre, estaba haciendo las delicias de la niña. Nada más verlo, Chiara lo bautizó con ese nombre, Chocolate, por ser del mismo color que su dulce preferido, aquel con el que su abuela la premiaba siempre que obedecía.
Concetta sonrió. Ese pequeño cachorro se había convertido en el perfecto compañero de juegos para su nieta. Chiara corría de un lado al otro detrás de Chocolate, saltando y riendo sin parar.
Cuando terminó con la masa, vertió sobre ella la mezcla que tenía preparada en un bol. La blancura de la ricotta, junto con el verdor del perejil, taparon de inmediato el suave color crema de la masa. Finálmente, después de colocar encima de la ricotta otra capa de masa, comenzó a dar forma a los panzarotti con un vaso, poniéndolos a cocer poco después en una cazuela. La salsa estaba lista. La albahaca había cumplido su cometido, dejando su esencia en el tomate y proporcionando un delicado sabor que, junto con los panzarotti y el Parmigianino reggiano, volvían loco a Fabrizio.
El estado en el que se encontraba su hijo la preocupaba. Cuando el crucero hizo escala en Nápoles, y Fabrizio se acercó a Bonito, le notó deprimido, a pesar de todos los esfuerzos que hizo por ocultarlo. Meses después, cuando terminó su temporada de trabajo en el Cruise Roma, y Fabrizio regresó para ayudar a su hermano con la vendimia, se pasaba el día abstraído en sus pensamientos. Su cuerpo se encontraba en aquellas tierras que él tanto amaba, pero su mente se encontraba lejos de allí.
Todos los esfuerzos y el empeño que había puesto para animarlo, por el momento, no estaban dando resultado, ni siquiera la presencia de Chiara lo lograba. Se negaba a hablar, no conseguía saber la razón por la cual se encontraba en ese estado.
Fabrizio estaba sentado fuera, bajo la imponente morera blanca que se encontraba frente a la casa, situada en lo alto de una de las colinas del Sannio, desde donde se contemplaba el hermoso valle Calore, y el frondoso bosque de Cinquegrana.
Su mirada se perdía en él, mientras esperaba que llegara la hora de comer.
- Papá, ¿puedes hacerle a Choco una casita pequeñita?- dijo la pequeña acercándose a Fabrizio. La abuela ha dicho que tiene que empezar a dormir fuera por la noche. ¿Dónde va a dormir si no tiene una casita?-dijo Chiara con cara de pena
Fabrizio la cogió en brazos y la abrazó.
-Claro que sí, mi princesa. Después de comer me pongo manos a la obra. Le voy a hacer a Choco la mejor casita de perros que jamás has visto. Va a ser la envidia de todos los demás perritos.-dijo Fabrizio tiernamente.
-¡Eres el mejor papá del mundo!- exclamó Chiara, y después de besarlo corrió otra vez junto al cachorro.
-¡A comer!. La comida está lista. Chiara, límpiate las manos antes de sentarte a la mesa- gritó Concetta desde la cocina.
Mientras comían, Fabrizio contemplaba a Chiara, lo único bueno que había hecho Francesca en toda su vida. Cuando se la presentaron siete años atrás, el flechazo fue instantaneo, le pareció la mujer más bella de toda la comarca. Un año después, Francesca se le acercó un día y le dijo fríamente: “Estoy esperando un hijo tuyo, Fabrizio. ¿Qué piensas hacer?. ¿Me libro de él o nos casamos?”. Un més después se celebró el enlace bajo los muros de la Iglesia de San Crescenzo.
La fuerte ambición de Francesca la llevó a cometer el mayor error de su vida cuando Chiara tenía tan sólo ocho meses…
Quería ser famosa, quería llegar a ser atriz, y su belleza y sus contactos la estaban ayudando a conseguirlo. Un buen día se presentó con la niña en brazos y le gritó a la cara: “Ya estoy harta de hacer el papel de madre de tu mocosa y de ser tu esposa”, y poco después les abandonó, marchándose a Roma.
Fabrizio y Chiara vivían desde entonces con Concetta, quien se ocupaba de la niña cuando él tenía que viajar por negocios a Córcega y Cerdeña, o cuando se embarcaba en el Cruise Roma.
La Cantina Greci, fundada por su abuelo Giovanni, la dirigían su hermano Pasquale y él, y en las dos islas tenían a sus principales clientes, razón por la cuál Fabrizio se pasaba media vida viajando.
Nunca quiso abandonar su pasión por la música, en especial por el piano, y desde que le abandonó Francesca se embarcaba todos los años en el buque de crucero. Ahí tenía fama de lobo feroz , de conquistador, y no culpaba a nadie por pensarlo, pues se la había ganado a pulso. Era su válvula de escape, y en ese círculo que frecuentaba, la mayoría de las mujeres eran accesibles. Nadie sabía que había estado casado, y que tenía una hija. No había vuelto a conocer a una mujer “verdadera” hasta que se cruzó en su vida Susan. Se enamoró de ella, pero resultó ser igual de ambiciosa que Francesca, y se marchó con Klaus, buscando la fama.
No le estaba resultando fácil olvidarla…









sábado

MARE NOSTRUM (2ª PARTE-LA SEPARACIÓN)


Capítulo VII



Cuatro meses más tarde

Susan cerró el libro. Sabía que era sólo ficción, una historia inventada, pero se estremeció pensando que por el mundo había gente así, psicópatas con mentes retorcidas, que aparentemente parecían normales.
Recordó unos párrafos que había leído minutos antes, en los que el protagonista hablaba sobre su concepto de la belleza:

“Si la belleza que tanto se aleja de lo animal es objeto de tan apasionado deseo, es porque el hecho de poseerla, equivale a mancillarla, y a reducirla al nivel animal.
La belleza se desea para poder profanarla, no por sí misma, sino por el deleite que produce la certeza de su profanación. En el sacrificio, la víctima se elige de tal manera que su perfección otorgue significado a la plena brutalidad de la muerte.
La belleza posee una importancia fundamental, pues la fealdad no se puede profanar, y la profanación es la esencia del erotismo. La humanidad presupone los tabúes, y en el erotismo tanto éstos como aquélla se transgreden. La humanidad se transgrede, profana y mancilla. Cuanto mayor es la belleza, tanto más apetece ensuciarla.”

La puerta de la habitación se abrió, y entró Klaus.
- Susan querida, ¿aún no estás preparada?
- ¿Ya son las doce?- dijo Susan sorprendida- perdona, estaba leyendo y no me he dado cuenta de la hora. No te preocupes, en un momento me arreglo. No tardo nada.
Klaus sonrió. Sabía que Susan “entraba en trance” con un libro entre sus manos. Otra novela de intriga seguro…
Se acercó al mueble-bar, y se sirvió una Weizenbier bien fría.
Klaus había preferido no ir directamente a Túnez. Quería pasar primero por la Camargue, la tierra santa y salvaje que tanta paz le ofrecía cada vez que visitaba Francia.
La primera vez que visitó la zona se unió a la masa de peregrinos que quería alcanzar Saintes Maries de La Mer, el pequeño pueblo de pescadores situado a treinta kilómetros de Arles, en donde el mistral sopla incesantemente. Quería que Susan conociese su leyenda.
-¡Ya estoy!- dijo Susan con un tono infantil- lista para la excursión.
Parecía una scout con sus pantalones verdes cortos, calzado deportivo, camisa de manga corta y una visera roja del mismo color que su mochila. A pesar de estar a finales de Septiembre, el sol calentaba con fuerza.
-¿Y los bocadillos?- preguntó Susan-
Klaus le acercó el picnic que le habían preparado en el hotel, y Susan lo metió todo dentro de su mochila.
- Creo que no se nos olvida nada- dijo Klaus- las bebidas y la cámara de fotos las tengo en el coche.
- Veamos, aquí tengo el móvil, los pañuelos y la cartera. Vale, está todo. ¡En marcha!- exclamó Susan.
Durante el corto trayecto en coche que les separaba de su destino, Klaus fue describiendo a Susan todo lo que estaban contemplando.
En la Camargue, los peregrinos y turistas, los campesinos locales y los observadores de pájaros, se nutrían de la misma brisa que llegaba desde el mar, gozando de un espectáculo cotidiano sin igual.
Divisaron a los vaqueros, equipados con el tridente y el sombrero de cowboy, controlando las manadas de toros, los protagonistas de muchos eventos folklóricos, como la “ferrade” y “la corrida de la cucarda”.
La Camargue les estaba regalando sus panoramas y colores; las garzas reales, los flamencos, las manadas de caballos blancos salvajes, las prominentes Salines de Giraud, los bastiones de Aigues-Mortes…
Llegaron al pueblo. Klaus bajó rápidamente del coche, y se acercó a abrir la puerta de Susan. Susan sonrió, la caballerosidad de Klaus le hacía siempre dibujar una sonrisa en su rostro.
- Te voy a contar ahora mismo la historia de Saintes Maries de la Mer –comenzó Klaus impaciente- “Cuenta la leyenda, que alrededor del 48 d.c. arribaron a su playa, en una frágil barca sin remos ni velas, María Magdalena, María Jacobé (presunta hermana de la Virgen), y María Salomé, madre del apóstol Santiago. Huían de las persecuciones contra los cristianos en Judea. María Magdalena continuó hasta Sainte Baume, en la parte interior de la Provenza, en donde permaneció como una eremita hasta su muerte, rezando en una gruta rodeada de bosques de hayas. Las otras mujeres permanecieron en la localidad, difundiendo la palabra del Evangelio, y alimentando el culto mariano, que se intensificó después del 1448, año del descubrimiento de los huesos de las santas, tras las excavaciones llevadas a cabo por Renato de Anjou, conde de Provenza.
Sus reliquias se han conservado en los relicarios de madera en el interior de la iglesia románica, construida con una delicada piedra rosa, que se enorgullece de proteger el conglomerado de cajas.”
Mientras Klaus le narraba la leyenda, Susan no apartaba los ojos de su rostro.
Klaus sin duda era un hombre muy especial, atractivo, inteligente, místico, todo un caballero, y además sabía que la deseaba, pero…Susan no conseguía olvidar a Fabrizio. Se acordaba de él constantemente. No llegó a entender nunca su actitud, pero había empezado a aceptar que tenía que ser así. Si Fabrizio buscaba algo especial no lo había encontrado en ese barco. La conversación que escuchó aquella noche lo corroboraba. Fabrizio estaba jugando a varias bandas, y Susan decidió dejar de ser una de ellas.
Al día siguiente, nada más llegar al puerto de Nápoles, Klaus se cruzó en cubierta con Susan y la propuso que fuese su acompañante en la tournée . Susan aceptó e inmediatamente hizo su maleta y abandonó el buque junto a Klaus. El capitán ya estaba informado y, ante la perspectiva de que Susan aceptara, había preparado todos sus papeles.
Durante los siguientes meses, Susan y Klaus estuvieron preparando el repertorio de la tournée, que comenzaría en Túnez, y continuaría por diferentes países de Europa. No volvió a tener noticias de Fabrizio. Su vida continuaría sin él. No volvió a preguntarse si lo amaba. El encuentro la había cambiado, pero no la había endurecido.
-Susan, ¿me estás escuchando?- dijo Klaus
-Por supuesto- contestó Susan rápidamente- ¿dónde tendrán las reliquias?
-En la cripta posiblemente, a buen recaudo. Suelen sacarlas en Mayo, durante la fiesta en la que los gitanos, llegados desde todos los rincones del mundo, rinden homenaje a su patrona, Sara, con una bella procesión en el mar. Y ahora, querida Susan, vamos a recorrer este lugar mágico, este irresistible polo de atracción para los que lo hemos visitado en otras ocasiones.

Visitaron cada uno de los rincones del bello pueblo, admirando el laberinto de colores de las calles del centro, repletas de tiendas, con el horizonte azul del mar como telón de fondo. Vieron también la controvertida figura de Sara, “la Negra”; caminaron por las salinas, desde donde divisaron los bastiones de Aigues-Mortes, y contemplaron con curiosidad las típicas cabañas utilizadas por los habitantes locales, con el techo cubierto por cañas.

Al anochecer regresaron al hotel.
Klaus la invitó a pasar a su habitación a tomarse una copa, pero Susan declinó la invitación, alegando que estaba muy cansada.
-Sí, querida. Ve… y descansa- dijo Klaus- nos esperan días de mucho trabajo.
-Hasta mañana Klaus- dijo Susan besándolo en la mejilla - Ha sido un maravilloso día, me ha encantado la visita.
Klaus se quedó solo. Se sirvió una copa, y mirando el vaso con tristeza, sus pensamientos comenzaron a galopar.
-(Es inútil…Fabrizio no está, pero es como si su sombra estuviese aquí, entre nosotros…)

lunes

HABLA LA PIEL



Piel sedosa,

pétalos de rosa abiertos,

pieles adosadas al alma,

tactos suaves,

destellos de luces y sonidos,

la piel habla.

Lengua obstinada, inagotable.

Suspiros dulces,

piel contra piel.

Manos hambrientas,

dedos solícitos,

laboriosos,

deslizándose entre suspiros dulces.

Brotan de los dedos torbellinos.

para avivar regocijos.

La marea de tus manos,

rumor incesante de las olas.

Etérea luz del amanecer.

Despunta el día.

Cálida almohada.

miércoles

RENGA



Poema Ilustrado por Jose Alberto López


Mar intrépido,

tú aroma impregna,

mis emociones.


El océano azul,

miro tras tu espalda,

desbordo dicha.

 

Rozan mi rostro,

vientos embarullados,

aquí tú y yo.

 

Desnudan almas,

deseos encarcelados,

late la vida.

sábado

MARE NOSTRUM (CAPÍTULO V-CAPÍTULO VI)

LA PERLA DEL GOLFO





Nápoles, Napoli, Neápolis, Paléopoli, Parténope, son tantos tus nombres…
Acariciaron tu tierra manos griegas, romanas y españolas, e intentaron dominarte las garras Suevas, de Anjou y Aragonesas, pero tú, cúmulo de dominaciones, has sabido mantener siempre la compostura, has mantenido con firmeza tu identidad cultural, nunca has abdicado, mantienes inalteradas tus peculiaridades, eres fusión de la fineza griega con el pragmatismo romano; tierra de excepcional belleza… ¡no han podido contigo!
Tu clima cálido y tu encanto natural, crisol de razas y culturas, convertida en polis y urbe mercantil, hierves actividad por todos tus poros.
Son muchos tus tesoros escondidos, mágica tierra de la Campania, visitada por soberanos y aristócratas en las laderas del Vesubio, conformando esa Milla de Oro con tus ciento veintiún villas, obras maestras en su mayor parte desconocidas, a lo sumo las del siglo XVIII, salpicando el litoral en las laderas del volcán.
Florecieron con encanto y ostentosidad Villa Real de Portici, Villa Campolieto; la de Ruggiero y La Reina, también llamada La Favorita, la joya más prestigiosa entre el azul del Golfo y el violeta del Vesubio.
Es tu música majestuosa, conocida en todo el mundo. Tus fronteras ha traspasado, con tus letras canturreadas y tatareadas allá por donde van:

Ma n'atu sole

cchiù bello, oje né',

'o sole mio,

sta 'nfronte a te...

'O sole,

'o sole mio,

sta 'nfronte a te...

sta 'nfronte a te!

Nos regalaste tu cultura, y también tu gastronomía. Esa pizza entrometida, infaliblemente alegre, luciendo los colores de tu patria con el verde de la albahaca, la blancura de la mozzarella y el color rojo del tomate, tu querido pomodoro…
Brindo por ti, mi bella Napoli, brindo con limoncello, la sangre de tus limones aderezada con azucar y calentada con alcohol.




Capítulo VI

Susan suspiró y contempló el relajado sueño de Fabrizio a su lado. Recorrió su cuerpo desnudo con timidez: su varonil pecho, sus fuertes brazos que reposaban inertes sobre el torso, sus cálidas manos…
Se deslizó suavemente fuera de la cama, para no despertarlo. Recogió toda su ropa, y mirándolo una vez más se fue a su camarote.
Se duchó y salió del baño envuelta en una toalla. Se sentó frente al tocador muy seria. Se reprendió en silencio. La noche anterior había perdido completamente el control. Se prometió a sí misma que algo así no volvería a suceder.
Se miró en el espejo. Su rostro denotaba esa preocupación por su pérdida de control, nunca antes le había ocurrido…Trató de estudiar ese rostro con objetividad, como si fuera otra persona. Eran los ojos…ojos de gato, verdes y penetrantes. Agradeció el hecho de tener pestañas largas que parecían evitar que el resto de su rostro se ahogara en esos ojos verdes. Sabía que eran los ojos los que atraían tanto al sexo masculino.
Susan metió la propina obtenida la noche anterior en una pequeña caja tallada a mano, y la guardó en un rincón de uno de los cajones de la cómoda. Si los pasajeros seguían a ese ritmo, al terminar los cuatro meses de viaje, no tendría que buscar empleo durante todo el invierno. Podría continuar su vida aventurera.
Se vistió rápidamente. Eligió un vestido azul de algodón, se recogió el pelo en un cómodo moño y para terminar, se puso un toque de maquillaje, en especial en las ojeras.
Acercó su rostro ladeado a la pared, casi conteniendo la respiración. Escuchó con atención cualquier sonido que le indicase si Fabrizio se había despertado.
Al no escuchar nada, se dirigió a la cubierta oeste.
La mañana era preciosa. Una suave brisa emergía del mar, al tiempo que el barco se alejaba del puerto para adentrarse en alta mar, destino a Nápoles, “La Perla del Golfo”, la ciudad que se levantaba orgullosa entre el mar y el temido Vesubio.
Cruzó las manos sobre su vestido, y observó la estela que el Cruise Roma dejaba atrás.
De nuevo pensó en Fabrizio. Era un hombre apuesto, simpático y sensual. Sin embargo, si le quitaba esas cualidades, ¿qué le quedaba?...un extraño. ¿Qué ocurriría si se hubiera enamorado de él?. Su mente revivió la imagen de Fabrizio desnudo frente a ella. Debía admitir que se sentía atraída. Sin embargo, había una enorme diferencia entre la atracción física y el amor. El deseo surgía en un segundo. ¿Y el amor?. No creía en el amor a primera vista. En el deseo físico a primera vista, sí.
Una vez que esos pensamientos se aclararon en su mente, se sintió más segura.
Sintió unos pasos acercándose. Susan se dio la vuelta y ahí estaba Fabrizio, recién duchado, con una fina camiseta de lino blanco, pantalones a juego y bien peinado, aunque unos mechones se rebelaban para seguir al viento.
-Buenos días Susan…necesito hablar contigo – dijo Fabrizio con un tono casi de ruego
-¿Qué quieres Fabrizio? – dijo Susan mientras su corazón se aceleraba.
- Te necesito. Sé que todo está sucediendo muy deprisa. Lo sé…te juro que no sé qué hacer, sólo sé cómo me siento cuando estoy contigo, lo maravilloso que es estar junto a ti…tenerte entre mis brazos. Eres diferente, ¿lo sabías? – preguntó Fabrizio al tiempo que le acariciaba los hombros. Siempre me he considerado un hombre cuerdo, racional, nunca me he dejado llevar por los impulsos, siempre me he guiado por la razón, y ahora estoy actuando como un adolescente impulsivo…y, ¡me gusta esa sensación! –exclamó sonriendo, atrapando cariñosamente el rostro de Susan con sus manos.
De nuevo las barreras de Susan se iban desmoronando con cada palabra que escuchaba. En los ojos de Fabrizio se leía su sinceridad, creía cada una de las palabras que salían de su boca.
- Fa…- intentó decir Susan, mientras los suaves labios de Fabrizio la asaltaron y enmudecieron en un instante.
Susan no opuso resistencia, se dejó llevar por ese mar de sensaciones que la embargaban y la transportaban a otro mundo, a un mundo de sueños, a una visión de total felicidad.
De repente, toda la magia desapareció al escuchar unas voces que se acercaban. Rápido Fabrizio y Susan separaron sus labios, y con un gesto Fabrizio la indicó que le siguiera.
Se miraron, sonrieron, y soltando una sonora carcajada al unísono se encaminaron hacia la cafetería para desayunar.
El día transcurrió plácidamente. Después de desayunar estuvieron ensayando un repertorio de canciones románticas para la noche, acompañados de un vocalista que se había unido a ellos antes de zarpar de Bonifacio.
El presidente de la compañía les había pasado un nuevo programa, y era indudable que el espectáculo mejoraría mucho. Por la noche pudieron comprobar la gran aceptación que tuvo el cambio entre los pasajeros.
No habían tenido noticias de Klaus en todo el día, y aquella noche tampoco le vieron en el Smaila’s Club.
Terminado el trabajo, Fabrizio se retiró a su camarote para realizar una llamada, y Susan se quedó terminando de concretar varios detalles con el nuevo vocalista. Poco después se dirigió a su habitación. La puerta del camarote de Fabrizio estaba entreabierta, y cuando Susan se disponía a abrir la puerta de su habitación, pudo escuchar parte de la conversación.
- Certo che si amore mío, certo che ti voglio bene !
El semblante de Susan cambió radicalmente de expresión…



martes

MARE NOSTRUM (CAPÍTULO IV)



Ilustración de Soledad Pérez

El amanecer cubrió el cuerpo de Susan con un reflejo azul. Por su mente galopaban todos los hechos acaecidos aquella noche…
El maestro Klaus Faber le contó sus planes sobre la tournée, que comenzaría en Octubre, y su intención de que alguno de los dos participara en ella.
Fabrizio seguía con atención todos sus movimientos, y apenas unos segundos después de que el último de los pasajeros abandonara el Smaila’s Club, se unió a ellos.
Klaus les pidió que tocaran unas piezas para él, y ninguno de los dos opuso ninguna objeción.
- Bueno, Fabrizio, por caballerosidad daremos la precedencia a Susan- dijo Klaus retirando cortésmente la banqueta del piano.
Un instante de silencio, luego, la música lo envolvió todo.
-(Magnífica…)- pensó Fabrizio
- Muy bien- aplaudió Klaus- Una ejecución excelente del Nocturno de Chopin.
- Te toca a ti, Fabrizio- dijo Klaus señalando el piano.
- (Otro estilo…Más instintivo, menos técnico, pero también estupendo)- pensó Klaus
- Óptimo, sin vacilaciones ni incertidumbre- dijo Klaus ladeando la cabeza- pero permíteme un elogio especial para ti, Susan. Nunca había visto tanta belleza unida a tanto talento.
Fabrizio observó en silencio como Klaus elevaba delicadamente la mano de Susan hasta su boca, besándola mientras sus ojos no dejaban de mirarla. No pudo evitar sentir esa rabia interior que le había acompañado durante toda la noche.
Instantes después, Klaus Faber se retiró a su camarote. Fabrizio cogió del bar una botella de cava y dos copas, y agarrando a Susan del brazo abandonaron el Smaila’s Club, en dirección a sus camarotes.
- Es tarde ya- dijo Fabrizio- nos tomaremos esa copa en nuestras habitaciones. ¿Tu camarote o el mío?- ¿Qué te ocurre Fabrizio?, te noto tenso- dijo Susan
- Nada- dijo Fabrizio- simplemente estoy un poco cansado…
- Entonces será mejor que dejemos esa copa para mañana- respondió Susan.
- No cara Susan, deseo estar en tu compañía- dijo Fabrizio acariciando su mejilla suavemente y abriendo la puerta de su camarote- no puedo dejarte marchar, esta noche no…Te necesito- dijo nada más cerrarse la puerta.
- Fabrizio…No sé…- suspiró Susan-. Es todo tan rápido. ¿No crees que podríamos tratar… de conocernos mejor… antes de…?
Se le quebró la voz y no pudo terminar de hacer la pregunta. Fabrizio comenzó a acariciarla, no desvió la mirada azul de los ojos verdes. En ese instante, Susan luchaba como jamás había tenido que luchar. Le tomó las manos con las suyas y las sostuvo a ambos lados del cuerpo.
-Fabrizio…-comenzó a decir.
Fabrizio ladeó la cabeza, y posó sus labios en el cuello de Susan. Al sentir el suave beso, una ola de deseo la hizo perder el equilibrio. Buscó su boca con ansiedad, y entonces, las emociones contenidas se liberaron y la inundaron mientras las manos varoniles recorrían su cuerpo para encender cada poro. Susan era una hiedra que se envolvía en el cuerpo de Fabrizio. Temblaba de deseo. Los labios varoniles volvieron a capturar su boca. Susan luchó con los restos de su voluntad agonizante, estremeciéndose de deseo una vez más. Al sentir que la abrazaba con más fuerza, se dio cuenta de que era la presión de sus propios brazos el motivo de ese acercamiento.
El equilibrio que había querido mantener era ya un recuerdo lejano. Susan supo que deseaba a ese hombre como jamás había deseado nada en el mundo. Quería que la hiciese el amor, que la poseyera completamente. El ardor en su interior aumentaba a cada momento. La razón desapareció por completo. Sólo existía la necesidad de sentirlo, de adorarlo, de percibir ese cuerpo en el suyo…Con manos temblorosas, desprendió los botones de la camisa y tiró de la corbata; la camisa cayó al suelo. El pecho viril era tibio, amplio y delgado a la vez. El fuego que la abrazaba se avivó nuevamente cuando Fabricio se acostó a su lado y la torturó con suaves caricias. Las manos femeninas exploraron ese cuerpo hasta descender a rozar primero, y masajear después los músculos del muslo. Fabrizio gimió de placer y buscó la hebilla del cinturón. Dejó que las manos de Susan vagaran a su antojo por su cuerpo. Lo acarició con ternura, mientras él le quitaba la ropa con gran habilidad.
De pie, desnudos, frente a frente, esos cuerpos se rozaron en un encuentro de infinita intensidad.
El pecho cubierto de vello oscuro se apoyó contra los delicados senos…. El cuerpo de Susan se estremeció y cedió a la violenta pasión que despertó en Fabrizio. La tomó en sus brazos y la depositó sobre la cama. Entonces, la poseyó y Susan gimió de placer en el momento de la suprema unión. La sensación de plenitud que la embargó mientras Fabrizio la llevaba a paraísos desconocidos de placer, aumentó la belleza de ese hombre ante sus ojos.
Las palabras de amor que se escaparon de ambos, los acompañaron en la explosión final y simultánea de sus cuerpos…
Por fin, exhaustos y satisfechos, yacieron abrazados.

viernes

DESPERTAR EN MI




Mis manos se convierten en magia,

manos avezadas,

mi lengua te codicia,

emerge mi ansía.

 

Desciendo a los abismos,

te contemplo, lascivo,

el vértigo me desborda,

embriagada por tu calor.

 

Mi boca cálida,

te despierta de tu letargo,

sofoca el fuego de tus entrañas,

la acuosidad de mi saliva.

jueves

MARE NOSTRUM (CAPITULO III)


A la mañana siguiente, Susan y Fabrizio alquilaron una pequeña barca a motor, para acceder a una de las calas.
-¡Quítate la ropa!. ¿Cuánto tiempo más tengo que esperar? – parpadearon unos ojos picaruelos- ¿Te has puesto el bikini debajo de esa ropa?- dijo Fabrizio recostado en la barandilla de la barca.
Cruzó los brazos sobre su pecho, mientras la observaba deliberadamente.
Susan le hizo una mueca al quitarse la camiseta.
- ¡Basta ya, bribón!- dijo sonriendo Susan-
Fabrizio llevaba un pequeño traje de baño blanco, que no dejaba nada a la imaginación, y Susan un bikini azul turquesa, que acentuaba su estilizada figura.
-Cara Susan, debo admitir que el espectáculo es increíblemente sensual…
Susan le dio un suave codazo en las costillas y se giró hacia el mar sonriendo.
Pudo admirar los arrecifes de coral, que se veían con claridad a través del agua cristalina. Contempló el paisaje, disfrutó del silencio y respiró el aire fresco del mar.
Visitaron primero las grutas marinas del Sdragonato y de Saint Antoine, con hermosos reflejos de luz, llegando poco después a la cala Sciumara, en el cabo Pertusato, en donde el granito era un gruyère rocoso repleto de agujeros. Arena blanca y agua cristalina como en pocos lugares del Mediterraneo.
Fabrizio le explicó que en la vertiente opuesta, a pocos kilómetros justamente bajo la montaña de Cagna, conocida por sus atractivas sierras de granito, se encontraba la inmaculada playa de Roccapina, custodiada por el gran monumento natural del Leone. Desde Roccapina, yendo en coche hacia Porto Vecchio, no se debía pasar por alto la bahía de Santa Giulia, y la sensacional playa de Palombaggia, con unos impresionantes pinos marítimos y bloques de granito. Palombaggia no tenía nada que envidiar a las más exclusivas playas del Caribe.
Pasearon por la cala, comieron unos bocadillos sentados en la blanca arena, acompañados de unas refrescantes cervezas, y, poco después, se sumergieron en el agua, compartiendo juegos como dos adolescentes.
Al salir, Susan se tumbó feliz en su toalla, pellizcándose para comprobar que no soñaba. El día y el panorama eran maravillosos, al igual que la compañía.
Era un día para recordar, un día inolvidable.

El recorrido de vuelta al Cruise Roma fue a marcha lenta, bajo un cielo estrellado y en el que parecía estar suspendida una media luna.
- Ha sido un día maravilloso, Fabrizio, gracias - dijo Susan
- Aún no ha terminado el día – le recordó él – después del trabajo podríamos tomar algo juntos. Cerraría con broche de oro un día perfecto.
- Desde luego – dijo Susan entrando en el ascensor. Ahora a darse una ducha, ponernos guapos y a armonizar la cena.
- ¡Me pondré mi mejor traje de gala!- exclamó Fabrizio.
Al llegar a los camarotes, Fabrizio se acercó un poco más, y rozó levemente los labios de Susan con un beso casi casto. La miró dulcemente, y después se metió en su camarote. Susan trató de asimilar lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo debía interpretarlo?. Su fama de seductor le precedía…
Aquella noche el restaurante estaba lleno. Parecía que todos los pasajeros a bordo habían decidido ir a cenar al mismo tiempo. Susan se había vestido con elegancia, pantalones de seda negros y una blusa plateada, con unos pendientes a juego y un hermoso recogido.
Comenzó a tocar el piano con suavidad, extasiada, mientras Fabrizio esperaba que Susan le diera la señal para relevarla.
Sentado en una de las mesas se encontraba un atractivo hombre que no había parado de mirarla desde que el camarero le sirvió una copa. Susan lo observaba al tiempo que ejecutaba pieza tras pieza. La noche anterior también le había visto, escuchando a Fabrizio y a ella con bastante interés. Su exquisito traje Corneliani acentuaba aún más su atractivo.
Un anciano se le acercó tímidamente.
- Disculpe, señorita. Es nuestro aniversario y me gustaría escuchar “ Over the Rainbow “, por favor.
- Por supuesto- exclamó Susan. ¡ Feliz aniversario !. Esperaré a que usted vuelva a su mesa y la tocaré.
El hombre se sonrojó, y, con la mayor discreción, le dio un billete. Susan estaba acostumbrada a recibir propinas, pero aquella noche se preguntó qué hacer con el billete. Los pantalones de seda no tenían bolsillos. Lo dobló, y lo deslizó por el escote de la blusa. Al levantar la vista, descubrió los ojos divertidos de Fabrizio de pie junto a ella.
- Cara Susan, creo que llegó la hora de tu descanso. ¿O prefieres que te saque yo mismo el billete?- dijo Fabrizio sonriendo.
Susan le devolvió la sonrisa un tanto ruborizada, y después de tocar la canción que le habían pedido se acercó a la barra del Smaila’s Club, al tiempo que sacaba disimuladamente el billete de su escote.
Una voz la hizo girarse. Frente a ella estaba ese hombre.
- Me llamo Klaus Faber, señorita Valentí – dijo él besando elegantemente su mano.
- ¿El maestro Klaus Faber?- preguntó sorprendida Susan.
- Sí, pero llámame Klaus. Tengo una proposición que hacerte…
Fabrizio mientras tanto los observaba. La presencia de ese hombre junto a Susan le hacía sentir muy, pero que muy incómodo…

miércoles

MARE NOSTRUM (CAPITULO II)




Klaus Faber contempló con agrado la esmerada decoración de la recepción. Había sillones y sillas mullidas, una chimenea con fuego artificial, una gran lámpara de araña y una exquisita alfombra color burdeos. Se acercó al escritorio con paso vivo, seguro.

- Mi nombre es Klaus Faber- dijo con mucha serenidad.

- Sí, señor, lo estábamos esperando- contestó Marta.
Miró la lista de pasajeros.

-Camarote 505 señor Faber. Ahora mismo le acompañarán- dijo Marta, entregando la tarjeta llave a uno de los camareros de pisos.

Klaus hizo un gesto de agrado, y siguió al camarero hasta el ascensor. Le habían hablado muy bien del pianista que todos los años tocaba en el crucero, y quería conocerlo. Pronto comenzaría la “tournée” y quería darle un aire nuevo, alguien con quien tocar piezas a dúo. Esta noche le escucharía durante la cena.

Susan estaba entusiasmada y admirada de la belleza que se encontraba a su alrededor.
Primero recorrieron uno de los barrios principales de Bonifacio, donde contemplaron unos salientes monumentales, callejuelas abarrotadas de tiendas y talleres de artesanía local; después la ciudad en alto, encerrada por gruesas murallas salpicadas de bastiones. Más hacia el oeste, lucía la joya de la corona de todo el centro histórico, la Cittadela, que conservaba escorzos de las homónimas Bocas.

- Son conocidas por su belleza, y por el viento que sopla constantemente, y hace peligrosa la navegación- la explicó Fabrizio-, y algunos pasos más allá, está el mirador sobre los escollos, desde donde se divisa el cabo Pertusato, y la costa sarda.

- ¡Me encuentro en el paraíso!- respondió Susan

Fabrizio sonrió, clavando por segunda vez su mirada en los ojos de Susan.

-Cara Susan, Bonifacio produce esa sensación. Yo aquí encuentro la paz que me proporciona observar la naturaleza desde sus calas.
Después se giró y exclamó:

- Y ahora… sento fame!- dijo frotándose la tripa.

Siguieron caminando, hasta llegar a una pequeña trattoria, en la cual degustaron unos grissini torinesi, y ravioli d’erbè, acompañados de un Greco di Tufo bien frío.
- Debemos volver al barco, Fabrizio- dijo Susan mirando su reloj- así podemos ensayar los dos juntos, antes de la cena.

- Me parece buena idea Susan, aunque tienes que prometerme que mañana volveremos para que podamos pasear por alguna de estas magníficas playas, y ¡sin olvidarnos del bañador!- dijo sonriendo pícaramente.

-¡No me lo perdería por nada del mundo!- exclamó Susan soltando una carcajada.

Fabrizio se unió a la carcajada y así emprendieron el camino de regreso al barco.

Klaus estaba acostumbrado a que le llamasen “maestro”, aunque eso le hacía sentir muy viejo, y no lo era. Tenía cuarenta y tres años, pelo negro, salpicado de canas en las sienes, nariz perfecta, y boca sensual, o al menos eso era lo que siempre había dicho su ex mujer, que tenía una boca muy sensual.

Aunque no era aún la hora de cenar, se dirigió al Smaila’s Club, para tomarse una copa. Le apetecía un Johnnie Cool, para ir abriendo boca. El sonido del piano cada vez se escuchaba más cerca. Klaus se paró un instante para disfrutar al máximo del “Capricho” de Listz.

Una ejecución excelente-pensó- no me he equivocado viniendo al Cruise Roma, tiene talento.

Al entrar en el restaurante, Klaus se sorprendió…al teclado no se encontraba un hombre, estaba una bella mujer, una bella mujer de pelo rojizo…

(Continuará...)

martes

MARE NOSTRUM (Primera Parte)

Escrito por Nélida GDEC.





EL ENCUENTRO
CAPITULO I

Susan decidió cambiar de vida y, sin pensarlo dos veces, dejó su trabajo y consiguió un contrato como pianista en un buque que recorría el Mediterraneo, el Cruise Roma, un buque de crucero que contaba con una extensa zona para tomar el sol junto a la piscina en el puente superior, centro de bienestar, gimnasio, restaurante panorámico, casino y una impresionante discoteca bajo las estrellas, proporcionando unas vacaciones de ensueño a sus pasajeros.


En el restaurante panorámico, el Smaila’s Club, Susan tocaba todas las noches, armonizando la cena. Su trabajo le encantaba. No tenía preocupaciones y podía disfrutar de todo con alegría y buen humor, hasta que conoció a Fabrizio.

Al principio, Fabrizio sólo despertó su curiosidad, pero pronto cambiaron sus sentimientos hacia él…


En esta ocasión, el Cruise Roma zarpó desde Barcelona, con destino a Córcega, donde harían escala varios días para que los pasajeros admirasen l’ile de Beauté, y a su vez embarcaran otros nuevos.
Susan, al igual que todos sus compañeros del turno de noche, disponía de tiempo libre durante el día, por lo que aprovecharía para conocer la isla.
Llegaron al puerto de Bonifacio, la hermosa entre las hermosas, la llamada Gibraltar corsa, enfrentada siempre a las olas de un Tirreno caprichoso, tras el que en apenas doce kilómetros se encuentra Cerdeña.


Susan miró su reloj, ¡perfecto!, eran sólo las once de la mañana, y hasta las ocho no tenía que regresar al buque. Abrió el pequeño armario de su camarote, y eligió unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, ropa cómoda y fresca, puesto que las temperaturas eran muy altas. Se puso unos playeros, cogió las gafas de sol y un bolso bandolera bien cómodo. Susan miró su imagen reflejada en el espejo. Suponía que su apariencia exterior la había ayudado a conseguir el puesto, pero no sabía hasta qué punto. Medía un metro sesenta y cinco, sesenta kilos, pelo rojizo, ojos verdes y la piel suave y blanca, salpicada de pecas.Se estaba acercando a recepción para avisar de su salida, cuando de repente le vio. Alto, el pelo salpicado de canas, y una expresión de hombre maduro. Estudió sus manos, eran manos fuertes, con dedos largos y grandes. Vestido con sencillez, pantalones claros y camisa azul de manga corta. Tenía el aspecto y el bronceado de un deportista. Debía de rondar los cuarenta años.


Cuando la recepcionista le dio la llave de su camarote, él se giró, y su mirada se clavó en los ojos de Susan. Nunca había visto unos ojos tan azules. Se le quedó mirando un instante, y logró recuperar la compostura cuando Marta, la recepcionista, se dirigió a ella:


- Te presento a Fabrizio, tu nuevo compañero y vecino. Su camarote está justo al lado del tuyo.


- Encantada. Soy Susan. ¿Mi nuevo compañero?- le preguntó extrañada


- Sí- respondió él, con un marcado acento italiano – Todos los años, en esta época, me uno a la tripulación del Cruise Roma. Embarcarán nuevos pasajeros, y se duplicará tu trabajo, vas a necesitar ayuda… Nos iremos turnando al piano cara.


Era emocionante saber que estaría en el camarote contiguo. Había algo muy…fascinante en Fabrizio. Sentía curiosidad, quería conocer más a fondo a su atractivo compañero italiano.

-Será un placer Fabrizio. Nos vemos esta noche. Ahora os tengo que dejar -dijo mirando a Marta- , voy a conocer Bonifacio.

Con una bella sonrisa dibujada en su rostro, Fabrizio se apresuró a decir:
-Cara Susan, si me lo permites te haré de cicerón. Dame sólo unos minutos para dejar mi equipaje en el camarote, y torno subito


-De acuerdo- respondió Susan sin titubear. Aquí te espero.

Fabrizio debía de saber cuán atractivo era. Tenía ese aire de masculinidad que tanto deleitaba a las mujeres. Se preguntó si estaría casado… no recordaba haber visto una alianza matrimonial.

Miró a Marta con picardía y la preguntó:
-Venga Martita, sacia mi curiosidad femenina. Cuéntame cosas sobre Fabrizio.

Sonriendo Marta respondió:

-Susan, Susan…¿te gusta eh?. Todos los años pasa lo mismo. Media tripulación femenina se muere por sus huesos, y la otra media por el capitán. Es un gran pianista, demasiado bueno para este trabajo diría yo, al igual que tú. Fabrizio es de un pequeño pueblo del sur de Italia, pero se pasa media vida entre Córcega y la vecina Cerdeña. No, y repito, no está casado, y no tiene hijos.
Marta se acercó un poco más a Susan y le susurró al oido:


-Te lo he puesto de vecino a posta-dijo soltando una carcajada. Ya verás con qué cara de envidia te van a mirar las demás. Si las miradas matasen…


-Mira que eres brujita-respondió Susan.


-¡Ya estoy aquí!. ¿Preparada para conocer a La Regina delle Bocche?.- dijo Fabrizio, ofreciendo caballerosamente su brazo doblado a Susan.


-¡Preparada!-respondió Susan , y así bajaron del barco, ante la atenta mirada de Marta, que no dejaba de sonreir.

-(Este viaje se presenta interesante, muy interesante…)- pensó Marta.

(Continuará...)


sábado

HAIKU




Duerme la noche
titilan las estrellas
yo en tus brazos

Arde el cielo
centellean tus dedos
me estremezco

La primavera vino
abrazos acunados
flores perennes

Al anochecer
cimbreas mi cuerpo
tocas mi alma

Cuando pasea
su delicada huella
dibuja mi ansia



lunes

PEREGRINOS



Las yemas de los dedos recorrieron sus cuerpos, y se convirtieron en pentagramas perfectos, para así manifestarse en musicalidad sublime.

Susurros al oído, conquista con el estandarte hambriento, muertes súbitas para después resucitar en ráfagas por pieles rociadas de aromas.

Las veredas de la piel recorridas por peregrinos en búsqueda de reposo. Para más tarde de nuevo beber de fuentes a borbotones.

Amores intensos, ternuras desordenadas, suspiros ahogados, anhelos satisfechos, miradas cómplices.


viernes

ECO EN LA NOCHE

Imagen: mundo visual. Blanco y Negro

Tus ojos dulces, tu sútil mirada, tus cabellos de sol, tu mirada desnuda el deseo de tenerme, avivas mis ganas de estar contigo.

El tacto de tus manos, cálidas, palpita tu energía y eso hace que sienta tus poros. Poros tibios y a la vez ardientes.

Vámonos, déjame acompañarte, déjame perderme en tus delirios, déjame perderme en tu vientre para nadar juntos hasta la cresta de las olas ,suspiremos al unísono, gimamos en el silencio de la noche, alientos trémulos, abrazos fusionados, savias mezcladas. Nuestras pieles sedosas se confundiran con las sabanas. Fluyamos para que nuestras esencias se derramen. Temblores de fuego, temblores febriles, sentencias húmedas.

lunes

PETALOS DE ROSA EN MI PIEL


Simplemente y llanamente te quiero. Pues eres el eje de mi vida, mi impulso, mi alegría, mi luz, mi deseo, mi confort, mi llama, mi destino y mi compañera.


Con todo el amor

sábado

JAICO




Muerto de gozo

atravieso tu espalda

de anhelo y noche.



La unión gozosa

de tu pelo en mis besos

tan enredados.



Nunca hay bastante

de tu piel en mi pecho

que ama tu boca.



Vuelve la luna

a iluminar las sábanas

donde fui tuyo.



Con cariño, y algo más.

Los labios y la piel guardan memoria de momentos bellos....Gracias desde el corazón.

lunes

SENTIMIENTO DEL TIEMPO (CAPITULO IV)


AEDEA

El día que se conocieron Aedea y Lawrence llovia, el sol estaba oculto, día postrimero de otoño. Jueves. Hacía frío, tenía helada el alma. Su vida transcurría por esos momentos de letargo provocados por una sexualidad aburrida. Él hizo renacer sus pasiones dormidas.
Aedea estaba deseando que sus hijos se fueran al colegio, tenía unas ganas inmensas de quedarse a solas, en su casa. La resaca hacía  que su cabeza no pensara bien, precisamente porque no se podía solucionar con ningún tipo de analgésico, su resaca no estaba provocada por la ingesta de alguna bebida alcohólica, su resaca era de amor, ese amor había sido su peor borrachera. Recuerdos mortales de una equivocación. Una pasión insensata que agitó los pilares de su matrimonio y que a punto estuvieron de derrumbarse.
Imágenes fragmentarias de su primer encuentro con Lawrence, la trasladaban hacía atrás, con los ojos cerrados ahogaba la sonrisa, recuerdos de un olor, un olor que le abrumó. Su vara mágica, la hechizó, hizo que vibrara, hizo despertar el fulgor de su piel dormida. Recordó que era sensual y atrevida. El marido de Aedea llevaba años sin prestarle la atención que merecía, parecía inmune a sus sutiles invitaciones, cuando por su casa se paseaba con sus más atrevidas prendas. Se miraba en el espejo y se decía asi misma: “Soy una mujer, tengo treinta y siete años, soy sensual, atrevida, erótica”,
Aedea poseía la belleza de un ser puro, era cálida, ingénua, su voz era dulce, templada; cuando el sol iluminaba sus cabellos brillaban como espigas de trigo. Poseía una mezcla insólita de lascivia y pureza que utilizó en el pasado como arma infalible para cautivar a los hombres, le frustaba enormemente su situación marital, cuando su marido cayó por sus encantos rendido a sus pies hacía ya años. Adoraba los perfumes, le gustaba embriagarse del olor que desprendía un hombre con un buen perfume. Podría llegar a recordarlos toda su vida, se deleitaba con esa sensación de pasar por el lado de alguno y aspirar profundamente para dejarlo en sus sentidos, acostumbraba por las mañanas cuando dormía en casa de alguno de sus amantes, a rociar sus muñecas con el olor de la noche que había quedado impregnado en todo su cuerpo y ese día en su casa renunciaba a la ducha para recordar la pasión de horas atrás, las imágenes eróticas se formaban de nuevo.
Lawrence conoció a Aedea en el Teatro Colón de Buenos Aires una noche que ella actuaba. Era bailarina de una de las compañías de ballet más famosas de Europa y se encontraba de gira. Quedó poderosamente fascinado y excitado por sus movimientos suaves, delicados y armoniosos. Cuando finalizó la función, no dudó en salir presuroso hacía la floristería que se encontraba justo enfrente al teatro y compró un ramo de rosas. Se metió entre bastidores y entró en su camerino, Aedea estaba totalmente rodeada de flores y él habitáculo desprendía aromas que embriagaban, lucía una bata de raso roja a medio cerrar, emergían unos senos abundantes y turgentes. Se asustó y se le erizó la piel, sus pezones al contraerse se endurecieron e hizo el gesto de cerrar apresuradamente su vestimenta. Se ruborizó y le preguntó qué hacía allí.
Comenzó con sus letras engalanadas para encandilarla, dió comienzo su ritual de seducción,  le hicieron sentirse deseada, eso la llevo vertiginosamente a sus brazos, era un peligroso juego, pero era lo que necesitaba escuchar, sentir.
Allí mismo, entre las cuatro paredes perfumadas, se bebió su boca, enterró sus besos en los cabellos de oro bruñido, descendió lentamente hacía sus senos, hizo que su cuerpo temblara, que se estremeciera, habían pasado tantos años eran tantas sensaciones olvidadas. El placer era inmenso cuando sintió el contacto de su piel tibia, su sexo se abrió como una rosa, rosada, tierna, delicadamente rociada. Temblorosa, se abrió y lo invitó a entrar en él. Le flaqueaban las piernas y torbellinos de sensaciones la inundaron. Su cuerpo lo acariciaba como el mar a la orilla una noche tranquila, suavemente,  lentamente, sosegadamente. Las convulsiones la sacudieron llegando a un orgasmo salvaje. Se despertó su deseo, se despertó su lascivia, la más extraña de las lascivias.
Aedea y Lawrence reiteraron sus encuentros. Una mañana, después de una noche apasionada, Lawrence antes de irse, buscó de nuevo su boca, repitió sus caricias y la poseyó otra vez. La besó, se vistió y se fue para siempre. Comenzó de nuevo su danza de flor en flor.




sábado

CARTA A ROSAURA

        

   En la Noble y Leal Ciudad de Ceuta a, 9 de noviembre de 1656



Querida Rosaura:


Permitidme ser osado con estas letras. Tiempo ha, llevo rondándola como un fantasma escondido tras las sombras.
¿Por qué su belleza es tan cruel?, sois tan irresistible, con sus andares coquetos, desprendeis elegancia, belleza, sensualidad, señora mia, aúna todo, todas la virtudes. Siendo vos portadora de tanta belleza y a seguro inteligencia, mi alma está rota porque aún no habéis apreciado que este galán cortejaros pretende. Porque vuestra merced dichoso me haría de poder compartir dichas. Habéis sido agraciada por ser superior con belleza sublime.
¡Qué cortesanos como éste caigan prostrados a vuestros pies! ¡Qué pardiez! serán bellos desde sus apéndices hasta el istmo que los une con el resto de ese cuerpo que sería perdición de cristiano viejo y motivo de herejía y escarnio al Santo Oficio, por soñar con poseerlo y pecar hasta alcanzar el goce supremo.
Sepa que por vos, no dudaría ni un instante en conjurar astros y espíritus para poder dar rienda suelta y hacer realidad a todos mis deseos y apetitos.
Señora mía, cualquier lugar, incluído el infierno es bueno con tal de ir con vuestra merced y que mejor que el infierno, donde pecadores encuentran su lugar y pueden solazarse sin temor al justiciero Dios.
No temía a nada hasta que a vos conocí, ahora sólo temo el no poder tener un instante para compartir con vuestra merced. Hoy al verla salir de la iglesia la vi ¡Tan endiabladamente bella!. Mi señora, os seduciría sin piedad hasta llevaros al cielo. Os poseería con fruición, entregándome a las artes amatorias para que quedaseis tan contenta para que siempre quisieseis volver con éste rufián que robar vuestra voluntad intenta. Para ello, os besaría hasta enloquecer, primero vuestros encarnados labios para descender sobre vuestro cuello mientras os abrazo, acariciando vuestra bella espalda. Besaría su corazón, en su vientre hundiría mis cabellos, mientras mis manos recorrerían  su piel de melocotón. Rendiría honor a todo su cuerpo.
Señora, dejadme llevaros al lugar donde merecéis estar. A diferencia de Calderón, sueños, sueños son, ¡pues no, diantres! Éste rufián los hará realidad. Por su placer al infierno voy si es de su menester. No sabe cuánto la debo y estimo.

Os deseo….

V.m. me tenga en su gracia, no quiero más para mí que el amor de Vos.

Su esclavo que le besa los pies mil veces, suyo siempre hasta la muerte.

Guzmán Bermúdez