miércoles

MARE NOSTRUM (CAPITULO II)




Klaus Faber contempló con agrado la esmerada decoración de la recepción. Había sillones y sillas mullidas, una chimenea con fuego artificial, una gran lámpara de araña y una exquisita alfombra color burdeos. Se acercó al escritorio con paso vivo, seguro.

- Mi nombre es Klaus Faber- dijo con mucha serenidad.

- Sí, señor, lo estábamos esperando- contestó Marta.
Miró la lista de pasajeros.

-Camarote 505 señor Faber. Ahora mismo le acompañarán- dijo Marta, entregando la tarjeta llave a uno de los camareros de pisos.

Klaus hizo un gesto de agrado, y siguió al camarero hasta el ascensor. Le habían hablado muy bien del pianista que todos los años tocaba en el crucero, y quería conocerlo. Pronto comenzaría la “tournée” y quería darle un aire nuevo, alguien con quien tocar piezas a dúo. Esta noche le escucharía durante la cena.

Susan estaba entusiasmada y admirada de la belleza que se encontraba a su alrededor.
Primero recorrieron uno de los barrios principales de Bonifacio, donde contemplaron unos salientes monumentales, callejuelas abarrotadas de tiendas y talleres de artesanía local; después la ciudad en alto, encerrada por gruesas murallas salpicadas de bastiones. Más hacia el oeste, lucía la joya de la corona de todo el centro histórico, la Cittadela, que conservaba escorzos de las homónimas Bocas.

- Son conocidas por su belleza, y por el viento que sopla constantemente, y hace peligrosa la navegación- la explicó Fabrizio-, y algunos pasos más allá, está el mirador sobre los escollos, desde donde se divisa el cabo Pertusato, y la costa sarda.

- ¡Me encuentro en el paraíso!- respondió Susan

Fabrizio sonrió, clavando por segunda vez su mirada en los ojos de Susan.

-Cara Susan, Bonifacio produce esa sensación. Yo aquí encuentro la paz que me proporciona observar la naturaleza desde sus calas.
Después se giró y exclamó:

- Y ahora… sento fame!- dijo frotándose la tripa.

Siguieron caminando, hasta llegar a una pequeña trattoria, en la cual degustaron unos grissini torinesi, y ravioli d’erbè, acompañados de un Greco di Tufo bien frío.
- Debemos volver al barco, Fabrizio- dijo Susan mirando su reloj- así podemos ensayar los dos juntos, antes de la cena.

- Me parece buena idea Susan, aunque tienes que prometerme que mañana volveremos para que podamos pasear por alguna de estas magníficas playas, y ¡sin olvidarnos del bañador!- dijo sonriendo pícaramente.

-¡No me lo perdería por nada del mundo!- exclamó Susan soltando una carcajada.

Fabrizio se unió a la carcajada y así emprendieron el camino de regreso al barco.

Klaus estaba acostumbrado a que le llamasen “maestro”, aunque eso le hacía sentir muy viejo, y no lo era. Tenía cuarenta y tres años, pelo negro, salpicado de canas en las sienes, nariz perfecta, y boca sensual, o al menos eso era lo que siempre había dicho su ex mujer, que tenía una boca muy sensual.

Aunque no era aún la hora de cenar, se dirigió al Smaila’s Club, para tomarse una copa. Le apetecía un Johnnie Cool, para ir abriendo boca. El sonido del piano cada vez se escuchaba más cerca. Klaus se paró un instante para disfrutar al máximo del “Capricho” de Listz.

Una ejecución excelente-pensó- no me he equivocado viniendo al Cruise Roma, tiene talento.

Al entrar en el restaurante, Klaus se sorprendió…al teclado no se encontraba un hombre, estaba una bella mujer, una bella mujer de pelo rojizo…

(Continuará...)

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Déjate fluir