martes

MARE NOSTRUM (CAPITULO VIII Y IX)



Susan y Klaus estaban conmoviendo al público del anfiteatro con un concierto trepidante. Su impecable interpretación, estaba sirviendo para enamorarlo y transportarlo a otro escenario, más allá del espacio físico inmediato, hacia paraísos musicales conocidos o desconocidos, donde habitan los grandes de la música. Susan demostraba su talento, utilizando la dinámica y la agógica, sin rebasar en ningún momento los límites estilísticos.
Según avanzaba el concierto, Susan se fue sintiendo más cómoda.
Sus ágiles dedos se deslizaron por el teclado con gran maestría. Junto con el piano suave y evocador tocaba la orquesta, con la que se obtenía un excelente contrapunto. Entre ambos contaban historias al lado de la lumbre, historias de amor, de entrega, de pasión, abriéndose de pronto una ventana, que daba paso a un soleado paisaje de montañas nevadas y amplias extensiones. Después, tras un portentoso alarido de las trompas, la ventana se cerraba de nuevo, volviendo, para terminar de contarnos su historia, esa melodía íntima, recogida otra vez al abrigo de la chimenea.
El público rompió en aplausos.
Una vez más, el imponente “Coliseo del desierto”, acogía entre su ocres piedras a miles de personas entusiasmadas con el espectáculo que se ofrecía en su interior.
Muros, arena, pasillos e inquebrantables asientos, testigos mudos de otras épocas, donde los gladiadores luchaban entre sí, donde la arena se teñía de rojo, donde el emperador tenía en sus manos la vida y la muerte…
Klaus cogió de la mano a Susan, y juntos avanzaron para recibir el calor de los aplausos del público. Susan temblaba de emoción, pero la tranquilidad que emanaba de los ojos de Klaus la hicieron relajarse y disfrutar del momento.
-Has estado magnífica, Susan- dijo Klaus besando con delicadeza su mano. El concierto ha sido un éxito.
-Lo he conseguido gracias a ti, Klaus- dijo Susan abrazándolo fuertemente, y saltando de emoción.
-Y esto sólo es el comienzo, mi querida Susan. Pronto te acostumbrarás de tal forma, que ya no sabrás vivir sin el calor de los aplausos. Vas a tener el éxito en tus manos, te lo voy a ofrecer en bandeja de plata. Te lo prometo- dijo Klaus con firmeza.
Susan le miró a los ojos, unos ojos en los que se reflejaban todos sus sentimientos, unos ojos que rogaban ser correspondido.
Aquella noche, antes de retirarse a su habitación, Susan le besó. Sintió la necesidad de hacerlo. Los muros que antes los separaban, estaban cayendo poco a poco…




CAPITULO IX

El intenso y aromático olor de la albahaca impregnaba toda la casa. Concetta movía el rodillo una y otra vez, estirando la masa, hasta dejarla con la textura adecuada para hacer los panzarotti, el plato favorito de Fabrizio.
Había colocado la enorme tabla de madera encima de la mesa, junto a la ventana, desde la que podía contemplar a la pequeña Chiara. Chocolate, el cachorro de Shih-Tzu que le había comprado su padre, estaba haciendo las delicias de la niña. Nada más verlo, Chiara lo bautizó con ese nombre, Chocolate, por ser del mismo color que su dulce preferido, aquel con el que su abuela la premiaba siempre que obedecía.
Concetta sonrió. Ese pequeño cachorro se había convertido en el perfecto compañero de juegos para su nieta. Chiara corría de un lado al otro detrás de Chocolate, saltando y riendo sin parar.
Cuando terminó con la masa, vertió sobre ella la mezcla que tenía preparada en un bol. La blancura de la ricotta, junto con el verdor del perejil, taparon de inmediato el suave color crema de la masa. Finálmente, después de colocar encima de la ricotta otra capa de masa, comenzó a dar forma a los panzarotti con un vaso, poniéndolos a cocer poco después en una cazuela. La salsa estaba lista. La albahaca había cumplido su cometido, dejando su esencia en el tomate y proporcionando un delicado sabor que, junto con los panzarotti y el Parmigianino reggiano, volvían loco a Fabrizio.
El estado en el que se encontraba su hijo la preocupaba. Cuando el crucero hizo escala en Nápoles, y Fabrizio se acercó a Bonito, le notó deprimido, a pesar de todos los esfuerzos que hizo por ocultarlo. Meses después, cuando terminó su temporada de trabajo en el Cruise Roma, y Fabrizio regresó para ayudar a su hermano con la vendimia, se pasaba el día abstraído en sus pensamientos. Su cuerpo se encontraba en aquellas tierras que él tanto amaba, pero su mente se encontraba lejos de allí.
Todos los esfuerzos y el empeño que había puesto para animarlo, por el momento, no estaban dando resultado, ni siquiera la presencia de Chiara lo lograba. Se negaba a hablar, no conseguía saber la razón por la cual se encontraba en ese estado.
Fabrizio estaba sentado fuera, bajo la imponente morera blanca que se encontraba frente a la casa, situada en lo alto de una de las colinas del Sannio, desde donde se contemplaba el hermoso valle Calore, y el frondoso bosque de Cinquegrana.
Su mirada se perdía en él, mientras esperaba que llegara la hora de comer.
- Papá, ¿puedes hacerle a Choco una casita pequeñita?- dijo la pequeña acercándose a Fabrizio. La abuela ha dicho que tiene que empezar a dormir fuera por la noche. ¿Dónde va a dormir si no tiene una casita?-dijo Chiara con cara de pena
Fabrizio la cogió en brazos y la abrazó.
-Claro que sí, mi princesa. Después de comer me pongo manos a la obra. Le voy a hacer a Choco la mejor casita de perros que jamás has visto. Va a ser la envidia de todos los demás perritos.-dijo Fabrizio tiernamente.
-¡Eres el mejor papá del mundo!- exclamó Chiara, y después de besarlo corrió otra vez junto al cachorro.
-¡A comer!. La comida está lista. Chiara, límpiate las manos antes de sentarte a la mesa- gritó Concetta desde la cocina.
Mientras comían, Fabrizio contemplaba a Chiara, lo único bueno que había hecho Francesca en toda su vida. Cuando se la presentaron siete años atrás, el flechazo fue instantaneo, le pareció la mujer más bella de toda la comarca. Un año después, Francesca se le acercó un día y le dijo fríamente: “Estoy esperando un hijo tuyo, Fabrizio. ¿Qué piensas hacer?. ¿Me libro de él o nos casamos?”. Un més después se celebró el enlace bajo los muros de la Iglesia de San Crescenzo.
La fuerte ambición de Francesca la llevó a cometer el mayor error de su vida cuando Chiara tenía tan sólo ocho meses…
Quería ser famosa, quería llegar a ser atriz, y su belleza y sus contactos la estaban ayudando a conseguirlo. Un buen día se presentó con la niña en brazos y le gritó a la cara: “Ya estoy harta de hacer el papel de madre de tu mocosa y de ser tu esposa”, y poco después les abandonó, marchándose a Roma.
Fabrizio y Chiara vivían desde entonces con Concetta, quien se ocupaba de la niña cuando él tenía que viajar por negocios a Córcega y Cerdeña, o cuando se embarcaba en el Cruise Roma.
La Cantina Greci, fundada por su abuelo Giovanni, la dirigían su hermano Pasquale y él, y en las dos islas tenían a sus principales clientes, razón por la cuál Fabrizio se pasaba media vida viajando.
Nunca quiso abandonar su pasión por la música, en especial por el piano, y desde que le abandonó Francesca se embarcaba todos los años en el buque de crucero. Ahí tenía fama de lobo feroz , de conquistador, y no culpaba a nadie por pensarlo, pues se la había ganado a pulso. Era su válvula de escape, y en ese círculo que frecuentaba, la mayoría de las mujeres eran accesibles. Nadie sabía que había estado casado, y que tenía una hija. No había vuelto a conocer a una mujer “verdadera” hasta que se cruzó en su vida Susan. Se enamoró de ella, pero resultó ser igual de ambiciosa que Francesca, y se marchó con Klaus, buscando la fama.
No le estaba resultando fácil olvidarla…









3 comentarios:

  1. Linda te deseo que pases una felices fiestas y que todos tus deseos se hagan realidad.

    Besos mil

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  2. ¡Todo un éxito como regalo para mi familia! :-)

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  3. "Cada vez que reímos añadimos un par de días a nuestra vida", para que hagamos de este año, un año con mucho más de 365 días, no dejes de sonreír.

    Para los buenos momentos, Gratitud. Para los malos, mucha Esperanza. Para cada día, una Ilusión. Y siempre siempre Felicidad. Esto es lo os deseo para este año.

    Feliz Año Nuevo

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